Blanca Mateos, sevillana de 68 años, recuerda su infancia como “muy extraña“. Vive una infancia y adolescencia difíciles al sentirse diferente, pero fue muy afortunada al tener el apoyo de su familia, algo que contrasta con el suplicio que otras mujeres trans tuvieron que soportar. Es en su etapa escolar en la que aprende a ocultar su verdadero yo para encajar, una lucha que continua hasta la adolescencia “tuve que aprender a ser Antonio, a actuar como un hombre, porque lo que yo era naturalmente no parecía aceptado”.
Con 18 años, en Madrid, trabaja en el Hotel Carlos V, sufre la incomprensión e intolerancia policial por su manera de vestir como mujer. La presión y el miedo a las detenciones en aquellos años era palpable, ya que podían ocurrir en cualquier momento y por cualquier motivo, algo que Blanca padece siendo detenida solo por el hecho de ser fiel a su identidad.
Tras cumplir el servicio militar en 1976, Blanca, se traslada a Barcelona y busca libertad en una ciudad cosmopolita. La dureza de aquellos años se masca en sus palabras “yo era de día ambigua y de noche mujer” y se ve obligada trabajar en la calle “uno de los grandes estigmas que se comenten contra las mujeres transexuales, primero se nos niega el derecho a ser, ser nosotras mismas, y se nos niega la libertad y finalmente se nos niega cualquier otra forma de trabajo que no sea la prostitución, poniendo nuestra vida en constante peligro”.
En su viaje hacia la autenticidad, viaja y trabaja de ciudad en ciudad a lo largo de estos años por Bruselas, Luxemburgo, Metz o Suiza, donde busca nuevas oportunidades en el mundo del espectáculo como artista. Es en 1990 y en Londres, donde logra su sueño, el cambio definitivo. La enorme paradoja, no consigue cambiar su nombre hasta tres años después cuando Blanca, ya es Blanca.
Su vida, es una historia llena de valentía y determinación, un testimonio del poder del espíritu humano para superar las adversidades y vivir la vida como mujer que se merece.